Eskatos + Logos

Para alguien de mi naturaleza, seca, una espinilla es todo un acontecimiento.

De entre las muchas categorías en las que podrían dividirse las espinillas yo me baso en dos: las sorprendentes, que te epatan blancas y relucientes de buena mañana, y las anheladas, que te hacen esperar y esperar hasta estar en su punto. Yo casi que prefiero las segundas, por esta tendencia tan humana de lograr aquéllo por lo que se ha luchado.

¿Puede haber algo más satisfactorio que ver una espinilla morir entre tus dedos, algo que te haga elevar más aún el umbral del dolor? Sí, para mí no hay duda: un pelo enquistado y unas pinzas de depilar. Uno de ésos cabroncetes de las rodillas, por ejemplo, que por la presión constante del tejano no han logrado en su primera etapa de crecimiento asomar la cabecita y hay que practicarles cesárea. Y si para ello hay que abrir la piel y provocar herida, no importa; el gozo de verle surgir, débil, vencido, humillado incluso, no tiene precio. Porque él creía que iba a poder quedarse ahí para siempre, y estaba muy equivocado.

Pero, peeero, aún hay algo mejor, según mi humilde parecer. ¿Cómo es posible?, os preguntaréis. Pues sí, como lo leéis. El que ocupa el primer escalón del podium, el number one, es un híbrido: el pelo enquistado que muta en espinilla. Dos en uno, placer garantizado. La felicidad total.