Una para Juan, otra para Pedro...

Yo me tengo por una persona ocurrente. Por supuesto que tengo mis momentos, pero en general creo que así es. Luego resulta que hay gente por ahí pululando (palabra cacofónica y onomatopeica donde las haya) que me tira por tierra esa capacidad. Y a lo mejor es alguien que a priori no tendría por qué; alguien que a lo mejor ni me atrae, ni considero muy superior a mí intelectualmente, ni tiene una visión de las cosas que me deje especialmente perpleja... de repente consigue que me quede sin palabras. O sin palabras inteligentes al menos, que es peor.

No hace muchos meses tuve un episodio de este tipo. Me levanté por la mañana y ahí estaba él; pintando una guitarra, ya ves tú. Y servidora, que apenas unas horas antes había hecho gala de una locuacidad que imagino rozó la pesadez en más de una ocasión ante el otro él que había en la sala, de repente era muda. Monosilábica. Bisilábica a lo sumo. Mirando obsesivamente el colacao que me fue puesto delante, dándole vueltas y más vueltas con la cuchara, que debieron pensar que pretendía acabar disolviendo el vaso también.

La experiencia me ha demostrado una y otra vez (la puta piedra del camino) que lo mejor en esas circunstancias es cerrar la bocaza, porque cualquier cosa que salga por ella luego hará que encoja los hombros y dibuje un semipuchero labial al recordarla.

Pero lo dicho, la puta piedra. Con los hombros encogidos lo escribo.