viernes, 26 de octubre de 2007

Ansia de poder

Antes eran automáticas, pero de eso hace años, aunque es verdad que se resistieron a desaparecer. Llegaba, paraba y tanto si querías entrar como si no, tanto si querías salir como si no, se abrían. Y luego se cerraban sin preguntar y sin avisar. Una vez me dieron un susto de muerte y durante años estuve traumatizada, me daba pánico subir.

Luego llegaron las de la palanquita, que solo se abren si tú las abres. Hay que girar la palanca a la izquierda, y los turistas siempre se equivocan y creen que no funciona. Como en la máquina de picar, pero no me extraña; tienes que pasar la tarjeta con la mano izquierda, y eso no es lógico, así que todos van por el otro lado. Yo siempre les aviso, porque me acuerdo de cuando estuve en Praga hace lustros y era tan complicado y la gente pasaba a mi lado sin mirarme siquiera y yo me quedaba allí plantada sin saber cómo hacerlo, así que me solidarizo. De la palanquita todavía hay muchos, aunque a algunos les han puesto el suelo azul estrellado para disimular.

Ahora están las del botón. Frena, y al cabo de unos pocos segundos, tres o cuatro como mucho, un círculo rojo se enciende a su alrededor. El círculo no es una línea continua, son pequeños fragmentos rectangulares rodeando el botón, y no se encienden todos a la vez aunque pueda llegar a parecerlo; lo hacen uno a uno, pero rápido, en el sentido de las agujas del reloj, tatatatatatatá. Tras el último tá (los tás se los pongo yo, que son silenciosos) ya se puede pulsar. Nosotros esperamos sin orden ni concierto, y yo, yo estoy deseando que pare justo frente a mí para poder ser quien lo apriete, que entonces el círculo se vuelve verde y se abre. Y sé que no soy la única, todos estamos con el brazo medio estirado, medio encogido, el índice inquieto, y cuando empieza a frenar nos ponemos un poco nerviosos, iniciamos el movimiento y disimulamos si pasa de largo, nos movemos un poco a nuestra izquierda con la esperanza de que pare ya y lo volvemos a intentar.

6 comentarios:

Blasfuemia dijo...

Gracias al Google Reader llego la primera... Y lo hago con una gran sonrisa, porque el fin de semana pasado, con tantos medios de transporte que tuve que utilizar, entre ellos el metro... y precisamente siempre que cojo el metro me llama la atención esas luchas invisibles que hay por abrir la puerta el primero, como la gente se sitúa, como colocan los brazos... Y se dirá que es por las prisas, pero no, en el fondo es por ser el primero. Es como cuando haces carreras mentales con otros peátones por la calle: ves a alguien que camina unos metros por delante y aceleras el paso, lo adelantas, llegas la primera a la meta... aplausos... Ay, la imaginación... y lo que nos gusta ganar, ser los primeros, los mejores, los únicos, los campeones... aunque sea en la intimidad de la cabeza de cada uno.

(sorry, se ve que mi día silencioso de ayer se ha trastocado en un día hiperverbal hoy)

Anónimo dijo...

Eso que dice Blasf y que nos gusta más tocar un botón que a un tonto un lápiz.
Me encantan estos post sobre escenas cotidianas insignificantes.

errante dijo...

a mi no me gusta tocar ningún botón, prefiero que abran otros

marca dijo...

- Pues me han dicho que soy muy críptica.
- ¿Ah, si? No se por qué lo dirán.
- Yo tampoco. Bueno, me voy a escribir un post sobre puertas de metro.

Anónimo dijo...

Jajajajaja, ahí le has dao.

Mrs. Sarmiento dijo...

blasf, je, pues sí. La condición humana, que es asín. Y enróllate lo que te dé la gana, mujer, y no te enrolles cuando no. Pues anda, solo faltaba eso, por dior.

ohne, insignificantes hasta cierto punto, nena, que hoy he recibido un codazo no ya para entrar antes en el vagón sino para abrir la puerta antes. Ains.

errante, si es que personas como tú son imprescindibles para que no haya una guerra civil, o incluso mundial, a cada rato. God bless u.

marca, jajajjajajjaja, toda la razón y un poco más tienes, si es que no tengo término medio...