jueves, 17 de abril de 2008

... cuatrocientos uno...


El domingo por la tarde, mientras intentaba maquillar ante el espejo los surcos que la interminable noche había dejado en mí, cantaba esta canción en voz alta. Él iba y venía, recogiendo sus cosas, pero a mí poco me importaba ya. Es lo que pasa cuando no tienes nada que perder.
Tampoco me había importado antes levantarme en la penumbra, separarme por un momento del refugio en que con el paso de las horas, y horas, y horas, se fue convirtiendo para mí el estucado de la pared, y vomitar, en un vano intento de que la tristeza que parecía estrujarme las tripas saliese por mi garganta rebozada en bilis. Parecías tan inofensivo, y me has roto el corazón como hizo el chico malo andaluz. Entonces tenía dieciséis años, ahora tengo treinayuno, pero aquí dentro todo sigue igual. O no, porque tampoco me importó decirle eso.
Y no me sirve no entenderlo, ni me sirve explicarlo y que todos me digan que no lo entienden, que me den sus teorías. Tampoco que él me diga que tampoco lo entiende y que busca la suya propia. Ni siquiera tener la mía, me sirve. Yo quisiera dar marcha atrás y que este fin de semana no existiese; alargar un poquito más la enésima llegada del lado oscuro. O, si eso no puede ser, que me mienta, que se invente algo capaz de hacerme decir de acuerdo, vale, está bien. Un miserable arrepentimiento electrónico no es suficiente tirita.
Y le echo de menos de una manera terrible, dolorosa, muchísimo más dolorosa que cuando lo único que echaba de menos era su cuerpo desgarbado y su pelo rubio y su cara que no es tan bonita. Le eché de menos el sábado por la noche cuando estaba en mi cama, y el domingo por la mañana cuando seguía en mi cama, y un rato después, mientras follábamos, también le estaba echando de menos. Pero lo único que me queda es una cuenta en números rojos; una línea telefónica cortada por falta de pago, bonito recuerdo. Un billete a Berlín para el mes que viene cuya finalidad he sopesado miles de veces ya, mil y una si contamos la que ha vuelto a acontecer hace cinco segundos cuando he comprobado que de nuevo tenía un email suyo.
Al final resulta que lo que más me gusta de las pocas personas que me gustan es lo que acaba jodiéndome hasta lo más hondo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

(suspiro)

Fuck...

Unknown dijo...

Ay. Ay. Ay.
Sana sana, culito de rana, si no sana hoy, sanará mañana.

Anónimo dijo...

¡Vaya! y fuck, sí.
Y encima te cortan el teléfono, y no el agua, que te es más prescindible. Mucha ampliación de hipotecas y medidas económicas de choque y este gobierno sigue sin sacar un plan de microcréditos para damnificados de rupturas internacionales.
Un beso, flor.

Anónimo dijo...

Jajajajajajaja... ay, que me meo, ohne, qué razón tienes, coño. Si es que no hay derecho, no lo hay.