lunes, 21 de abril de 2008

El amor apesta, sí, pero yo más

Y no hablo de mi poca querencia a la higiene personal, no. Es que yo tengo un pozo dentro de mí, un agujero negro que absorve todo lo malo y que no me permite estar triste. Qué suerte, diréis. Pues sí, no lo voy a negar, aunque alguna vez me ha llevado a pensar que en realidad lo que soy es mala, más mala que la tiña.
El caso es que ahí lo llevo, dentro, escondidito donde nadie lo vea, donde no lo vea ni yo, que a veces luego he intentado encotrar algo ahí dentro y no ha habido manera. Lo mismito que en mi habitación; de repente un día, sin querer, levanto una camiseta y aparece lo que había estado buscando como una loca, y me quedo de pasta de boniato. Pero es que es sin querer, me sale solo, como un eructo tras un sorbo de cocacola; yo estas cosas no las sé provocar. Y ayer vía skype parecía casi como si yo le hubiese escrito el guión, casi. Y aunque ese casi tiene un tufillo a suicidio emocional que echa para atrás, está bien; bueno, vale, de acuerdo. Iré el mes que viene, y probablemente accederé a esa otra semana.
Y si todo va mal, si vuelve a joderme viva, si vuelve a ser cruel (sin querer también, como otro eructo de refresco con gas; que si no de qué), pues lloraré otra vez. Me mesaré los cabellos como una plañidera griega, le cantaré una saeta a la virgen, me rasgaré las vestiduras como un gitano y clamaré al cielo en busca de un por qué que obviamente no encontraré. Y luego, cuando todo haya pasado, buscaré otro verdugo. El vecino de ojos azules al que acabé rechazando, o cualquier otro niño mono que se me ponga por delante.
Si, en el fondo, las cosas están más claras que el agua clara.

2 comentarios:

El Malvado Ming dijo...

No sabes la envidia que me das.

Anónimo dijo...

Poder de autosanación y fatalismo, ¡vaya combinación!