lunes, 15 de septiembre de 2008

Ahí

Encerrada en la cueva con la puerta abierta, estoy ahí. Hago como la que no sabe, y dejo que mi estómago me guíe. Él nunca se equivoca; si acaso lo parece, pero qué va. Me tumbo allá donde me place y escucho a Jens Lekman y todo está bien porque mi estómago lo dice.
Entonces subo al tranvía y abro el broche que ha estado sujetando hasta ese momento el cuello de mi abrigo de lana, y respiro. Sentada en paralelo, me subo los calentadores hasta las rodillas y me quito las bambas para asegurarme de que los dedos de mis pies efectivamente siguen en su sitio.
Me giro y hago un hueco en el vaho de la ventana para mirar, todo gris y blanco sucio, lo que hay allá, afuera.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Y qué es lo que ves?

PD. I'm so glad you're back.

Anónimo dijo...

Es verdad, hay que dejarse guiar por el estómago, el corazón y la cabeza no tienen ni puta idea, pero los higadillos siempre saben lo que sienta bien y lo que sienta mal.

Anónimo dijo...

Un montón de cosas nuevas, nena. Es lo más. *)

Es como cuando pasas unos días con cagarrinas, a base de arroz blanco y pan tostado, y de repente el cuerpo te pide chocolate. Pues chocolate.

El Malvado Ming dijo...

Nunca había oído la palabra cagarrina pero me la quedo.

Anónimo dijo...

Podías pasarte de vez en cuando aunque sea para abrir las ventanas y orear esto un poco, flor.
Que se te echa de menos.

Anónimo dijo...

Estoy con Ohne, que huele más a Polil y a alcanfor que otra cosa.

Anónimo dijo...

para ti toda, e. úsala a tu antojo, nena.

;) ea, ahora no digáis.