Aquí una que es de baja ralea y hasta de antepasados comunistas.
El 75% de mi familia inmigró a esta Ciudad Condal desde Andalucía, y el 25% restante proviene de un pueblo minero asturiano. Durante la Guerra Civil, unos huyendo del hambre, otros de la pena, otros sencillamente de los nacionales, acabaron con sus huesos aquí. Y mi abuela materna vivió en una barraca en el mismo barrio donde ahora vivo yo, y limpió escaleras y se deslomó viva. Y su marido, que pasó de ser el señorito Manuel a Manolo a secas, se sumió en un singular síndrome de Diógenes que le llevaba a recuperar las cosas más variopintas de los contáiners de la ciudad y fabricar con ellas los objetos más impensables, desde carteras hasta marcos de fotos; el reciclaje llevado hasta sus últimas consecuencias. Y luego se compró un huerto en las afueras y lo cuidó hasta que se murió.
Con esto quiero decir que yo he recibido una educación más bien de izquierdas, solapada por los razonamientos ilógicos de mi padre heredados del militarismo del suyo; pero de izquierdas al fin y al cabo. Con ese sentimiento arraigado de que los que tienen dinero son de derechas, y si son de derechas no pueden ser buenos. Orgullo obrero. Absurdo, sí, pero qué difícil es luchar contra los prejuicios de uno.
En fin, toda esta perogullada no es sino un preámbulo sin sentido para anunciar lo siguiente, como si fuera necesario o le fuese a importar a alguien: a mí, los tíos, cuanto más dejados de la mano de dios, mejor. Guarros, desgarbados, pálidos, pordioseros. Pintas. Con estilo, claro. Lo sé, lo sé, soy de lo peorcito, pero es que mis hormonas se revolucionan cuando un piojoso guapo se me pone por delante, aunque en esta ciudad mía la mitad de los seres a los que me refiero lo son por pura pose. Da igual.
Pero como tengo este lado rebelde incontrolable, esta furia revolucionaria que me late dentro y que me ha llevado a hacer las cosas más absurdas que os podáis imaginar… hay algo que me cautiva y contra lo que no puedo luchar, y aquí llega la sección reivindicativa que tan abandonada he tenido pensando en las musarañas rubias. La realeza. Por mis huevos troyanos.
La realeza, lo rancio, la sangre azul, con un envoltorio atractivo. Un packaging de diseño. Una escoba metida en el culo de un ser bello, con olor a alcanfor y joyas de la familia en la alcoba de su madre. Un crápula, trasnochado, cuya mayor preocupación banal sea dónde atracar el yate el próximo verano o cómo evitar que los paparazzi le pillen metiéndose una raya de farlopa. Es que solo de pensarlo se me eriza el vello.
El duque de Feria. Rafael Medina. Rafa. Con ese pasado, con ese padre pederasta y suicida. Con esa nariz y esos mocasines de terciopelo con borlas que luce orgulloso (¿Qué pasa? ¿Qué les pasa a mis zapatos? Pero si son súper normales, ¿no…?) en las páginas centrales del Hola cada vez que acude a una fiesta. Con esa nariz de platino, la virgen santísima.
Los hermanos Casiraghi. Andrea y Pierre. Pierre y Andrea. Andrea y Pierre no son humanos, son los seres más hermosos del planeta, son guapos hasta matarlos.
Andrea, Andrea es… perfecto. La sangre que corre por sus venas no es solo azul sino vampírica; Andrea Casiraghi es Lestat, ni más ni menos.
A su hermano pequeño, Pierre, dan ganas de secuestrarlo, atarlo a los pies de la cama y hacerle pasar hambre y penurias hasta que su mirada se vuelva un poquito más malvada, hasta que se le borre un poco esa apariencia de sufrir lo que solo puede haber sufrido un Casiraghi.
Andrea, en cambio, está en su punto justo de cocción, al dente, con el nivel de aparente hijoputismo perfecto para aliñar ese físico perfecto. Esa mirada. Perfecto, perfecto, perfecto. No se me ocurre otra palabra, y me pasaría el día dándole al google images como una puta energúmena. Ah, y su novia es fea y vulgar, o vulgar y fea.
El príncipe Harry. El príncipe Harry es monísimo, aunque sea pelirrojo y eso conlleve tatuarse un botón en la palma de la mano. Es un gamberro, la oveja negra, el que siempre la caga. Al lado del pavisoso cabezapepino de su hermano, es la alegría de la huerta. Sale de fiesta, se viste de nazi, se pilla los pedos, se va a la guerra. Por joder. Y es inglés; por el amor de dios, ¿acaso puede alguien ser más inglés que el mismísimo nieto de la reina? Además, no reinará; let it be, let it flow. Tira p'alante.
God save the Prince.
Si mis abuelos levantaran la cabeza.